Lucerna: esta pequeña ciudad es la más visitada del país y está bañada tanto por el lago de los Cuatro Cantones como por el río Reuss, por cuyas aguas nadan decenas de cisnes en libertad. Como paisaje de fondo aparece el Monte Pilatus, el punto más alto de los Prealpes suizos. Los monumentos más famosos del lugar son el puente de madera llamado Kapellbrüke (Puente de la Capilla) y la inmensa escultura de piedra del León Moribundo, construida en homenaje a los caídos en las Tullerías. Recomiendo recorrer el casco antiguo de Lucerna y subirse a la muralla para ver las vistas de la ciudad.
De los siete días que pasé en Suiza, cinco de ellos me alojé en el Hotel Etap de Lucerna. Es un hotel económico, “de batalla”, porque por ejemplo no hay ni frigorífico ni secador de pelo en la habitación, pero lo más importante es que está muy limpio, los muebles son nuevos y se ubica a cinco minutos de la estación de tren y del centro. Mi viaje coincidió con la celebración del Festival Blue Balls en la ciudad y todas las noches disfruté de conciertos gratuitos en la orilla del lago. Había mucho ambiente joven porque la calle estaba llena de puestecitos de mercadillo y de comida. Además tuve la suerte de que hizo muy buen tiempo, algo no muy normal en Suiza, donde en verano llueve una media de diez días al mes. Sin duda, Lucerna y Berna fueron las dos ciudades que más me gustaron.
Monte Pilatus: en Lucerna cogí un ferry que me dejó en la pequeñísima localidad de Alpnachstad. Desde aquí parte el tren más empinado del mundo, un tren cremallera (llamado así porque sube por una vía con tanta pendiente que necesita estar sujeto tanto por abajo como por arriba) que te deja en la cima del Monte Pilatus, a dos mil metros de altura. Las vistas son impresionantes. Hay tres caminos bien señalizados para hacer senderismo. Uno de ellos pasa a través de cuevas y en una serie de carteles van contando distintas leyendas de dragones y espíritus como el de Poncio Pilato, que se supone que deambula por estos lares.
Las tiendas de souvenirs llegan hasta los rincones más insospechados, y a pesar de estar en plena montaña puedes comprarte un recuerdo. También hay cafetería y hasta un hotel (no quiero ni imaginarme el precio) pero yo preferí llevarme mi propio picnic y comer al aire libre. La bajada la hice de nuevo en tren cremallera, aunque creo que también habría sido divertido probar el teleférico. Por cierto, en el ferry monté gratis con la Swiss Pass, mientras que en el cremallera me hicieron un 50% de descuento gracias a dicha tarjeta. En la foto podéis ver los raíles por la montaña:
Zúrich: si vas con el tiempo justo para visitar el país y tienes que descartar alguna excursión, yo descartaría esta ciudad. No es que sea fea, ni mucho menos, pero es que apenas tiene cosas que visitar, salvo muchas iglesias con relojes en sus campanarios. Lo más curioso del lugar es ver el nivel de vida tan alto que tienen sus habitantes: cochazos, yates, ejecutivos trajeados…
El artículo es tan largo que lo divido en dos. ¡Mañana más!