Cuando era pequeña estuve de campamento en Losar de la Vera (Cáceres), un pueblo que se caracteriza porque los setos de sus calles están podados con formas artísticas.
Los niños del campamento hicimos una gymkana cuya última parada era la Heladería Antón Martín, y allí probé un helado artesano que me supo exquisito. A día de hoy, veinte años después, sigo pensando que la leche merengada de Losar de la Vera es la mejor del mundo.
Un día me acordé de aquella experiencia infantil y quise volver a repetirla. Recordaba perfectamente el sabor, pero no en qué calle del pueblo estaba la heladería. Al llegar a Losar tuve que hacer mi particular gymkana y preguntar a los lugareños, que me dijeron: ¡uy, pues está muy lejos! Cuando tan solo cinco minutos después llegué a mi destino, me hizo gracia lo diferente que es el concepto de las distancias para los habitantes de un pueblo o de una ciudad (y que conste que yo vivo en un pueblo).
Y por fin me senté en la terraza de la heladería, antaño cine de verano (todavía conserva el antiguo proyector), me tomé una leche merengada con canela y me supo exactamente igual de buena que cuando era pequeña. Y es que la receta artesanal se ha mantenido durante años.
Desde entonces, lo he convertido en una tradición. Todos los veranos voy al menos una vez a tomarme un vaso. El año pasado, eso sí, me llevé un chasco, porque fui el 14 de septiembre para celebrar mi cumpleaños y me lo encontré cerrado. Imagino que a mediados de septiembre hay menos turistas en el municipio y ya va haciendo fresquito (muy típico en la Comarca de la Vera), por lo que cerrarán sus puertas hasta la siguiente temporada.
Este año no lo he dejado pasar, y ayer fui a darme un homenaje, ¿queréis un poquito?