Este verano he hecho mi primer crucero y creo que es algo que hay que probar al menos una vez en la vida. Como viajera puedo encontrar pros y contras: he tenido la oportunidad de visitar siete países en pocos días, pero no me ha dado tiempo a profundizar en la cultura local porque son excursiones exprés, a la carrera. No obstante, la experiencia en el barco ha sido divertida y repetiría encantada. Concretamente he viajado por el mar Báltico y hoy voy a hablaros de Tallin, la capital de Estonia.
TRANSPORTE EN TALLIN:
Al llegar al puerto de Tallin cogí un autobús Hop on – hop off, que hace una ruta por la ciudad y te permite subir y bajar del autocar tantas veces como quieras. He de decir que en otras capitales más grandes sí merece la pena usar este bus turístico, pero en Tallin no, porque el casco antiguo se puede recorrer a pie. Así que me arrepentí de haber comprado el tique, aunque al menos me sirvió para ahorrarme las cuestas que llevan hasta Toompea, la parte alta de la zona monumental. Otros pasajeros del crucero me comentaron que ellos habían optado por un taxi-bici tipo tuc tuc (no olvidéis preguntar el precio al taxista antes de montar) y después habían realizado un free tour. Me pareció muy buena idea y lamenté que a mí no se me hubiera ocurrido. Precisamente por eso os doy estos consejos, para que podáis organizaros mejor.
QUÉ VER EN TALLIN:
El principal atractivo de Tallin es la ciudad vieja (Vanalinn), construida del siglo XV al XVIII y declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
La zona alta de esta ciudadela medieval se denomina Toompea. Tras tomar una buena foto desde sus miradores podemos visitar la catedral ortodoxa de Alejandro Nevski, cuyas cúpulas en forma de cebolla recuerdan a las iglesias rusas. Justo al lado está el Parlamento nacional, un edificio grande pero sencillo con una fachada pintada de color rosa. A pocos metros se alza la sobria catedral de Santa María (Toomkirik), decorada en su interior con los escudos de las familias nobles de aquella época.
Desde Toompea se puede acceder a la zona amurallada e ir descendiendo las calles hasta la Plaza del Ayuntamiento (Raekoja Plats). A pesar de que chispeaba, en la plaza encontré mucho ambiente. Las terrazas estaban llenas y había gente disfrazada con trajes medievales. El ayuntamiento luce una veleta llamada Viejo Tomás (Vana Toomas). Representa la figura de un soldado medieval y se ha convertido en un símbolo de la ciudad. En una de las esquinas de la plaza se halla la farmacia más antigua de Europa, hoy en día convertida en parafarmacia, tienda de souvenirs y cafetería.
En la parte baja de la ciudad vieja visité la Iglesia de San Olaf (sí, se llama como el muñeco de nieve de la película Frozen jeje), que en la Edad Media era el edificio más alto de Europa. ¡Su campanario me pareció altísimo!
Siguiendo por la calle Pikk, donde antaño se ubicaban diferentes gremios comerciales, llegué hasta una torre ancha y chata denominada Margarita la Gorda, habilitada como museo marítimo (al cual no entré). Esta torre supone una de las puertas de entrada o salida al casco antiguo.
Hay bastantes tramos de la muralla que se pueden visitar. Incluso hay algunos bares en ella, a los que se sube por empinadas escaleras de caracol.
La ciudad moderna consta de varias avenidas repletas de edificios de negocios. Las empresas locales están apostando por las nuevas tecnologías de comunicación. De hecho, en Tallin nació el programa de videoconferencias Skype. Si solo vas a pasar un día en la capital de Estonia puedes saltarte esta parte de la ciudad.
PRODUCTOS TÍPICOS DE TALLIN:
Las calles intramuros suponen un buen lugar para comprar productos típicos porque hay muchos puestos de artesanía. La moneda del país es el euro, una ventaja para saber si los tenderos tienen buenos precios o son caros. Observé que principalmente venden piezas de madera tallada, unas bufandas enormes tejidas a mano y también frutos secos con azúcar. En el barco me habían comentado que en la época comunista no se importaba cacao en la Unión Soviética y por ese motivo en esta zona inventaron un sucedáneo del chocolate llamado Kamatahvel, hecho con pasta de guisantes y otros ingredientes. Pregunté a varios lugareños por el producto y la verdad es que pusieron cara rara, como si no les sonase. Finalmente lo encontré en un supermercado y sinceramente no es el mejor dulce que haya probado en mi vida, pero siempre me gusta conocer estas curiosidades sobre las ciudades que visito.